Eusebio
Eusebio entra en la fábrica a las siete de la mañana, trabaja duro y llega a casa con el tiempo justo para arropar a su hijo de seis años.
Su sueldo sería perfecto para un mes de doce días, pero hoy ha pensado sorprender a su amada esposa, Alicia, con una pulsera de bisutería que vio en el escaparate de la joyería del barrio. Y eso lo complica todo. No es gran cosa, pero necesita premiar su esfuerzo diario y es demasiado torpe para hacerlo con palabras.
Su mujer quiere comentarle que el carnicero le dio la carne muy pasada, casi podrida, y ha tenido que tirar todo el guiso. No es la primera vez que hace algo así. De hecho es lo habitual. El hermano de Eusebio ya hace tiempo que dejó de comprarle carne por el mismo motivo. A veces pagaba y no recibía nada a cambio. Le prometía que le llevaría el pedido a casa y nunca iba. Se cansó y buscó otro carnicero. Eusebio no le habla desde entonces.
Ahora su esposa también quiere cambiar de carnicero, pero teme decírselo. Conoce su reacción. Ha visto demasiadas discusiones con amigos defendiendo lo indefendible. Es desagradable. Lo evitan, no lo soportan. Ella sabe que le hará daño. Pero llevan quince años con el mismo coche y el mismo cuchitril de alquiler. La carta a Los Reyes Magos de su hijo cada vez tiene más tachones. El carnicero estrena coche cada dos años, disfruta de la piscina de su chalet y sus hijos aprenden piano y montan a caballo en un colegio bilingüe. No es justo.
Alicia se arma de valor y se lo dice. Hay otro carnicero en el barrio que, si le pagas por carne, no te engaña, te da carne. Le da pena verlo trabajar tan duro para que le sigan estafando de esta manera.
Eusebio grita. No lo entiende. Cree que su mujer lo ha traicionado. Va al cubo de la basura, olisquea la nauseabunda carne y la vuelve a poner en el plato. Está perfecta para él. Saca la pulsera de bisutería del bolsillo de su grasiento mono y la lanza contra la pared. Se acabó la conversación. Mientras vivan bajo su techo, ese será su carnicero.
Eusebio era un imbécil. Parece que eso está claro. Todo el mundo sabe que ese carnicero no merece tanta fidelidad. Pero… ¿Y si cambiamos carnicería por política? ¿O por emblemas, logotipos y banderas? ¿No seríamos todos un poco Eusebio?

Su mujer quiere comentarle que el carnicero le dio la carne muy pasada, casi podrida, y ha tenido que tirar todo el guiso. No es la primera vez que hace algo así. De hecho es lo habitual. El hermano de Eusebio ya hace tiempo que dejó de comprarle carne por el mismo motivo. A veces pagaba y no recibía nada a cambio. Le prometía que le llevaría el pedido a casa y nunca iba. Se cansó y buscó otro carnicero. Eusebio no le habla desde entonces.
Ahora su esposa también quiere cambiar de carnicero, pero teme decírselo. Conoce su reacción. Ha visto demasiadas discusiones con amigos defendiendo lo indefendible. Es desagradable. Lo evitan, no lo soportan. Ella sabe que le hará daño. Pero llevan quince años con el mismo coche y el mismo cuchitril de alquiler. La carta a Los Reyes Magos de su hijo cada vez tiene más tachones. El carnicero estrena coche cada dos años, disfruta de la piscina de su chalet y sus hijos aprenden piano y montan a caballo en un colegio bilingüe. No es justo.
Alicia se arma de valor y se lo dice. Hay otro carnicero en el barrio que, si le pagas por carne, no te engaña, te da carne. Le da pena verlo trabajar tan duro para que le sigan estafando de esta manera.
Eusebio grita. No lo entiende. Cree que su mujer lo ha traicionado. Va al cubo de la basura, olisquea la nauseabunda carne y la vuelve a poner en el plato. Está perfecta para él. Saca la pulsera de bisutería del bolsillo de su grasiento mono y la lanza contra la pared. Se acabó la conversación. Mientras vivan bajo su techo, ese será su carnicero.
Eusebio era un imbécil. Parece que eso está claro. Todo el mundo sabe que ese carnicero no merece tanta fidelidad. Pero… ¿Y si cambiamos carnicería por política? ¿O por emblemas, logotipos y banderas? ¿No seríamos todos un poco Eusebio?
Buena reflexión; digna de unas horas de meditación...para luego seguir caminando por una senda a la que no llega el sol, porque sómos tan poco imaginativos que no se nos ocurre encender nuestra propia luz.
ResponderEliminarEfectivamente. Preferimos seguir al primero que enciende una simple cerilla... ¡cómo si nos encandilaran!
EliminarMuy adecuado para el día de hoy. Yo dejé hace mucho de comprarle a ese carnicero, y empecé a comprarle a otros carniceros, he ido probando varios. Lo que me entristece del día de ayer, es que mucha gente ha decidido, directamente dejar de comprar carne, y otros muchos,demasiados se la compran a un carnicero que no le vende a todo el mundo, uno que piensa que hay clientes de primera y de segunda.
ResponderEliminarTanta podredumbre que termina uno vegetariano, más por aburrimiento que por asco.
EliminarBuena reflexión!
ResponderEliminar¡Gracias! Siempre viene bien ¿no?
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